El pavor de la nada engendró esta latitud de espanto,
y el existir de tanta soledad sin párpados para el duelo.
Aquí se sucedió el parto antiguo de la muerte.
Aquí, el silencio me mira frente a frente.
Ahí está el polvo, con su hocico voraz y su estatura de
tormenta.
Ahí. Ahí, las piedras con su infancia detenida
y sus rostros de niñas sin zapatos.
Ahí, no existe nada que el hombre se refiera. ¡Nada!
Ofendiéndola con orines abundantes, ahí, en la puerta.
Ni la bosta de una fiera, entregando la noticia del verde de un potrero de primavera.
Aquí, jamás se da en el arpa roja del crepúsculo
el acorde desnudo de un sollozo de mujer.
Aquí, a esta latitud
en estéril arena concebida, también llega la noche
con su cargamento de lámparas encendidas.
En este trágico y gigantesco reloj de arena se registra
la horade todo el Continente.
Aquí, es todo arena. Arena, desde el instante ancho de luz
en el que los caballos galopan a los abrevaderos,
hasta el otro lado de ese tiempo desgarrado del hombre,
cerrando chapas, postigos y candados.
Arena, desde el Génesis. Arena, desde Enero a Diciembre.
Ahí está el tiempo en arena convertido.
En arena, sin nervios y sin venas,
por el viento norte cavador de tumbas en los océanos.
Y el sur amado de las naranjas y de las manzanas.
Aqui está escrito, el poema.
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